Este cuento fue publicado en "Puente" boletín informativo del Comisionado de Cultura en los Estados Unidos. Secretaría de Estado de Cultura. Año 2 No. 5 Agosto - Octubre 2006.
Pg. 7, Puente literario.
Preocupación
No puedo creerlo, que yo me expusiera a tan alto nivel de riesgo. Como un idiota, una curiosidad intelectual me empujó ir al lugar que concurro siempre. No debí acudir, pero fui, tenía que ir.
Un extraño estaba presentando sus libros por primera vez en New York, tres libros publicados de un golpe, fue interesante. Esta noche en particular en la audiencia no había amigos, ni una cara conocida. Sentí que ésta, había sido mi primera vez ahí, aunque cada jueves concurra allá y hable con la misma gente sobre los mismos temas, mientras disfrutamos de una, dos… copas de vino, sin copa, un vino delicioso entre amigos.
Después de mis aplausos tocó el turno al siguiente orador, ‘El profesor’ como se hacía llamar el tipo, un señor cara seria, de unos cinco pies de altura, amplia frente, de mirada hermética, fija, que como espina sientes penetrar por la piel. Como medio de intimidación, pidió que repitiéramos una oración que con defectos de ortografía proyectaba sobre la pared, y con la excusa de que era para que la energía bajara, prosiguieron a embocarla. Y sí, es cierto, tremendo calor se sintió inmediatamente.
Enfocándose en dos palabras: ‘New York’, siguió proyectando unas imágenes que había fotocopiado de un libro. Les designó unos números que luego sumó, el resultado igual a 666. Le buscó otras relaciones numerológicas que me dejaron convencido de que esa noche no debí estar ahí, debí salirme, unirme a la tertulia que a la calle habían mudado los escépticos intelectuales, pero no, ahí estaba yo, incrédulo también de su teoría de exterminio.
Otro Tsunami de mayor escala, había dicho ‘El profesor’.
¿Dónde? ¿Cuándo?, sin esperar turno, interrumpió diciendo uno de los oyentes.
Yo, no estaré por ahí, replicó El tipo. Y continuó diciendo (mientras muestra con el proyector una ciudad antigua, destrozada y con dos torres altas e idénticas desplomándose): “Eso está ya dicho en las escrituras hebreas. Los científicos lo saben. El domingo, pasaron un reportaje en el History Channel. Los ricos han comprado casas en las afueras de la ciudad, están almacenando armas y comida. En New York está el epicentro. Y alrededor del Aeropuerto La Guardia, todo eso se irá”. Caramba, dije sobre mi dicha, tampoco aquí me salvaría.
El público se transformó en un hormiguero de rumores.
Otro oyente molesto replica: “¿Pero qué se puede hacer?”
El tipo, con los ojos como emblanquecidos por un baño de cloro, clavó su mirada sobre la audiencia y dirigido por movimientos mecánicos, no dijo nada y, suavemente siguió moviendo la cabeza, satisfecho, como afirmando lo que acababa de decir.
No puedo creerlo, que yo aun siga ahí, expuesto a tal preocupación. Aunque había abandonado el asiento delantero y en él había dejado mis preocupaciones aparentes, caminaba impaciente (esperaba y dijera la fecha).
¿Y usted se queda tan tranquilo, eh?, sabiendo que es el 31 de julio, vociferó muy preocupado el oyente.
Mientras tanto, seguían las interpretaciones numerológicas. Sacó un mapa y señalando hacia las islas del Caribe, “presten atención”, dijo. Luego, lo cambió y mostró sobre el mismo proyector otro mapa sin las islas del Caribe, sin mi país.
El tormento que produjo esa imagen..., pero... para qué preocuparse. Es un tipo que habla y aunque su teoría parece muy seria, la actitud de su cara evoca duda. Además, era una imagen que sólo había borrado mi procedencia.
Ya no tendría patria. No podría decir nunca más, con orgullo, de donde vengo, donde está el solar que cuando niños convertimos en play para jugar pelota. Tampoco, podría decir donde están los cinco kilómetros de calles que por doce años, diariamente tuve que caminar, ida y vuelta para ir al colegio Enriquillo. Pero mucho menos donde quedaba el río: las comilonas. Ni tampoco, donde me robé la primera naranja.
No puedo creerlo que me haya expuesto a esto. En esa fecha estaré en República dominicana, había dicho inocentemente, dejando entre ver una posibilidad de sobrevivir, pero un cruel amigo se encargó de recordarme el hecho y satíricamente me dijo: “ese día vete a la montaña más alta”. Lo sabía, no debí asistir, pero ahí estaba.
Juan Nicolás Tineo Rodríguez
Queens, NY.
1 comment:
El fin nos alcanza donde quiera que estemos.
Interesante Relato, saludos.
Post a Comment